27 sept 2009

Costarricidas

Costarricidas

Son seres grotescos que se debaten entre irse o quedarse en ticolandia. Terminan quedándose porque nunca llega la beca salvadora. La mayoría son jóvenes desempleados, de buen ver y mal tomar.

Hacen literatura de sus tesis de grado, porque en el trabajo de campo siempre se emborrachan y en la investigación bibliográfica se pierden en las bibliotecas.

Quienes consiguen un trabajo son despedidos en poco tiempo, o lo dejan por razones psicológicas. Cuando pierden su empleo deciden darse unos cuantos meses o años, antes de buscar otro, pues necesitan tiempo para recuperarse de los estragos sufridos en su ocio ambulatorio.

Amenazan a sus padres con irse a Paris desde los once años, y a los veinte dos se descubren tomando guaro (de mantenidos) como todas las noches, en una cantina cercana a una universidad estatal. Escriben, pintan, hacen teatro, cualquier cosas que les permitan sentirse un poco menos mediocres que el restos, aunque bien saben que el fondo son un sustento de eso que algunos combaten desde el jet set contracultural.

Otros no llegan a la universidad, toman trabajos de guarda y se acuerdan de las películas de vaqueros, le hacen a la mecánica mientras piensan en la puta de turno, o se dedican a la corrección filosófica de las leyes estatales, con una resaca imbebible. Jamás votan en las elecciones nacionales, les duele el pulgar de solo pensarlo.

Sueñan con la vida de Cortázar, aman a Bukowsky, se masturban pensando en una rubia, o en gaucho inconfesable, y esperan morir tan jóvenes como se ven, musitando las palabras de ardiente soledad de la Garbo, en la espera de que un ángel azul estire la ultima línea de coca o le último puro, que les permita desvanecerse sin gloria, pero con pena.

Tan anónimos como sus pensamientos en un burdel, el corazón a veces les cobra, pero son perdedores orgullosos aunque les pese la amargura. Nunca cobran por hacer el amor, son putas por vocación y no por interés.

La única decisión de sus vidas consiste en no convertirse en tuercas del engranaje. Saben que se disipan como el humo de cirragos, al lado del nutritivo germen del trigo de la cerveza. Suicidarse se transforma en un chiste de sobremesa cuando son las cicatrices quienes respiran.

Y no hay salida posible hacia ninguna parte. El resto (no es silencio) son palabras ebrias.

Tomado de “cementerio de cucarachas”

Laura fuentes belgrave

Editorial UCR.

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