23 dic 2010

Prisioneros en un mundo feliz

Por Guillermo Jaim Etcheverry (Exrector de la Universidad de Buenos aires)


Años atrás escribí un texto relacionado con el sentido hacia el que evolucionaba la sociedad. Aunque debe hacer de ello mucho tiempo, ya que ni siquiera se encuentra en Internet, ese escrito mantiene su actualidad. Esperando que no sean muchos quienes lo recuerden, y aun consciente del autoplagio, vuelvo sobre sus aspectos esenciales.
Relataba el cotejo entre dos de las visiones que sobre el futuro tuvieron amplio eco en el siglo XX: la de Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, publicada en 1932, y la de Eric Blair, conocido como George Orwell, quien en 1949 publicó la novela 1984.
Este autor describe una sombría sociedad totalitaria en la que el Estado concentra cada vez mayor poder, simbolizado en el omnipresente "hermano grande" que todo lo vigila. Esta ha sido una de las metáforas más poderosas del siglo para simbolizar el control ejercido por el poder sobre las personas. Huxley, por su parte, no imagina una figura autoritaria que prive a estas de su autonomía, de su historia o de su capacidad de maduración. En su profecía, la gente no sólo no se resiste a los artilugios con los que el opresor aniquila su capacidad de pensar, sino que se entrega a él voluntaria y alegremente.
Orwell nos alerta acerca de quienes nos privarán de la información, de los libros; en fin, del acceso a la verdad. La preocupación de Huxley es la opuesta: anticipa que el alud de información nos reducirá a una total pasividad. En su visión, será inútil prohibir los libros, ya que a nadie le interesará leerlos, ni ocultar la verdad, porque esta flotará inadvertida en un océano de irrelevancia.
Huxley sostiene que debido a la tecnología avanzada, la gente vivirá entre placeres y lujos, aunque espiritualmente devastada por un enemigo oculto detrás de un rostro sonriente. Al convertir a las personas en audiencia, distrayéndolas con lo trivial, paralizándolas con el entretenimiento perpetuo, las alienará de la cultura. Sin guardianes ni rejas, el diálogo público no superará el nivel infantil y la política en nada se diferenciará del espectáculo.
"Mientras Orwell teme que la cultura se convierta en prisionera, Huxley ve el peligro de que se transforme en trivial, preocupada por lo irrelevante", señala Neil Postman, a quien se debe originalmente esta comparación. Analizando la situación actual, resulta evidente que la profecía de Orwell no se ha cumplido, pues los regímenes totalitarios entraron en el ocaso. Reaccionamos cuando las puertas de la celda comienzan a entornarse y se escuchan los lamentos de las primeras víctimas. Es, en cambio, la visión de Huxley la que se concreta en el "mundo feliz" en el que se ha transformado el que habitamos. Nadie reclama la libertad perdida en medio de las carcajadas de la diversión que, paradójicamente, interpretamos como signo de absoluta libertad. Postman señala que "el problema no es que la gente se ría en lugar de pensar, sino que no sabe de qué se ríe ni por qué ha dejado de pensar". Se interroga si es posible esperar alguna reacción cuando, sin resistirnos, y más aún, agotados por la diversión, nos entregamos al opresor, que nos va ocupando con la cultura de lo irrelevante y grosero, sin que siquiera reconozcamos que estamos siendo asfixiados.
Hoy no nos controla el otrora amenazante "hermano grande", sino el alegre entretenimiento que nos ahoga. Hasta nuestra vida individual se ha convertido en espectáculo para los demás. Entre carcajadas, y no ya entre gritos de horror, hombres y mujeres sitiados somos sometidos al despojo despiadado de nuestro interior, privados de la posibilidad de hacernos personas. Perdemos la libertad en una prisión sin rejas, diferente de la que controla el "hermano grande" y revestida del prestigio de una tecnología que deslumbra a la modernidad. Para derribar los muros de esa prisión, que no siempre advertimos, tal vez debamos hacer un esfuerzo por enriquecernos, ahora por dentro, edificando un rico mundo interior en el que poder guarecernos.

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