31 dic 2010

cai en dias oscuros ....

dichoso el que no se deja domesticar ...no tiene que sufrir cuando su domesticador se va, se pierde y lo deja a uno en el medio del bosuqe viendo todo lo que ella amo,
¿que mas sufrimiento, ver todo lo te rodea y que ese todo te recuerde a gritos a esa persona que extrañas, que cada fibra de tu ser pide a gritos?
mi espiritu se ha vuelto negro nuevamente, y en visperas del año nuevo parece que esta sera la noche mas oscura del año ....

28 dic 2010

2010 .....2011

Comienzo a hacer memoria sobre lo que fue este 2010, sin lugar a dudas fue el año más tomentoso emocionalmente hablando, lleno de cosas buenas, no puedo decir que la cosas negativas no hayan sido provechosas, todo lo contrario, todo eso me ha servido para aprender y seguir mi camino.
Ya casi cumplo un año en mi actual trabajo (el cual tiene un cómodo horario), tengo unas grandes expectativas sobre mi carrera, estoy saliendo con una gran y bella mujer que me ha cambiado mucho mi forma de ver y sentir…. he vuelto a mis raíces de intelectual, he retomado buenos hábitos que creí que me costaría recuperar, en lo mas banal pues he tenido la oportunidad de asistir a muy buenos eventos sociales, he estado recopilando muy buena música y libros, en fin, estoy construyendo un muy buen ocio, como lo habían planificado los antiguos griegos…..
Espero superar el 2010 en este nuevo año que se aproxima, estar con la mujer que me hace sentir tan bien, compartir más ratos con ella… en fin.
Lo mejor del año vino en este diciembre.

27 dic 2010

un domingo de diciembre

Son las de y treinta y tres minutos de la tarde del cuarto domingo de diciembre, estoy acostado y desilusionado por la cancelación de mi cita, con la moral en el suelo he empezado a recopilar los acontecimientos que me han ocurrido a lo largo de esta semana, pues concluyo que esta semana no ha sido la mejor , sin contar con el lunes, de ese día si tengo buenos recuerdos, pero en lo que respecta a los días posteriores han sido relativamente malos, con todo eso en mi cabeza pues se me escapa la ganas de comenzar mis mañanas .. Se ha ido la chispa.

Era de esperar que se cancelará la cita, desde el jueves (o fue quizás el miércoles por la noche??) la note extraña conmigo, no sé si fue el cansancio o por un mal día que a ella le toco vivir pero ese último contacto fue muy cruel y fugas, casi queriendo escapar de mis palabras, un mal recuerdo de la ultima interacción social con mi rosa, es raro ahora que lo pienso él como ella actuó en esa noche, el lunes ella irradiaba vida y amor hacia mí, la pasamos tan bien en ese día, quizás sea e estrés del trabajo o las ocupaciones que ella adquirió en estos días festivos , recuerdo que me comento que ella estaba muy feliz por volver a ver a unas amistades de la infancia que ya hacía bastante tiempo no había vuelto a ver , ¿acaso tengo oportunidad con esas personas? , ¿Podre yo, un pobre arlequín competir en contra de alguien que ha llevado más tiempo en la vida de mi rosa? …. Pues creo que en esta oportunidad he perdido la batalla, han ganado momentáneamente la atención y entrega de mi rosa, pues me toca esperar que las aguas se calmen y esperar con ansias lo que me atraerá el lunes…. en que estar pensado ella en estos momentos??, ¿acaso estaré en sus pensamientos más profundos?....mientras tanto, entre estas divagaciones mentales siento que mis palparos se hacen mas y mas pesados, la música suave de los PIXIES me llena de cierta paz pero no hace que mis reflexionen paren ….


25 dic 2010

Los regalos perfectos de O. Henry

he leido este clasico, aveces nos desprendemos de lo mas valioso que tenemos como una ofrenda al ser que amamos pero, peeero, lo mas valioso que tenemos es la compañia de ese ser que le da sentido a mucha cosas que antes no lo tenian ...solo que que aprender a disfrutar nuestro presente, el tiempo en que nos toco vivir



Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.
Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.
Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.
-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.
-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
-Démelos inmediatamente -dijo Delia.
Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.
Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.
A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.
"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."
A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".
La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.
Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.
-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?
Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.
-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.
-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.
Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:
-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
-¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

23 dic 2010

Prisioneros en un mundo feliz

Por Guillermo Jaim Etcheverry (Exrector de la Universidad de Buenos aires)


Años atrás escribí un texto relacionado con el sentido hacia el que evolucionaba la sociedad. Aunque debe hacer de ello mucho tiempo, ya que ni siquiera se encuentra en Internet, ese escrito mantiene su actualidad. Esperando que no sean muchos quienes lo recuerden, y aun consciente del autoplagio, vuelvo sobre sus aspectos esenciales.
Relataba el cotejo entre dos de las visiones que sobre el futuro tuvieron amplio eco en el siglo XX: la de Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, publicada en 1932, y la de Eric Blair, conocido como George Orwell, quien en 1949 publicó la novela 1984.
Este autor describe una sombría sociedad totalitaria en la que el Estado concentra cada vez mayor poder, simbolizado en el omnipresente "hermano grande" que todo lo vigila. Esta ha sido una de las metáforas más poderosas del siglo para simbolizar el control ejercido por el poder sobre las personas. Huxley, por su parte, no imagina una figura autoritaria que prive a estas de su autonomía, de su historia o de su capacidad de maduración. En su profecía, la gente no sólo no se resiste a los artilugios con los que el opresor aniquila su capacidad de pensar, sino que se entrega a él voluntaria y alegremente.
Orwell nos alerta acerca de quienes nos privarán de la información, de los libros; en fin, del acceso a la verdad. La preocupación de Huxley es la opuesta: anticipa que el alud de información nos reducirá a una total pasividad. En su visión, será inútil prohibir los libros, ya que a nadie le interesará leerlos, ni ocultar la verdad, porque esta flotará inadvertida en un océano de irrelevancia.
Huxley sostiene que debido a la tecnología avanzada, la gente vivirá entre placeres y lujos, aunque espiritualmente devastada por un enemigo oculto detrás de un rostro sonriente. Al convertir a las personas en audiencia, distrayéndolas con lo trivial, paralizándolas con el entretenimiento perpetuo, las alienará de la cultura. Sin guardianes ni rejas, el diálogo público no superará el nivel infantil y la política en nada se diferenciará del espectáculo.
"Mientras Orwell teme que la cultura se convierta en prisionera, Huxley ve el peligro de que se transforme en trivial, preocupada por lo irrelevante", señala Neil Postman, a quien se debe originalmente esta comparación. Analizando la situación actual, resulta evidente que la profecía de Orwell no se ha cumplido, pues los regímenes totalitarios entraron en el ocaso. Reaccionamos cuando las puertas de la celda comienzan a entornarse y se escuchan los lamentos de las primeras víctimas. Es, en cambio, la visión de Huxley la que se concreta en el "mundo feliz" en el que se ha transformado el que habitamos. Nadie reclama la libertad perdida en medio de las carcajadas de la diversión que, paradójicamente, interpretamos como signo de absoluta libertad. Postman señala que "el problema no es que la gente se ría en lugar de pensar, sino que no sabe de qué se ríe ni por qué ha dejado de pensar". Se interroga si es posible esperar alguna reacción cuando, sin resistirnos, y más aún, agotados por la diversión, nos entregamos al opresor, que nos va ocupando con la cultura de lo irrelevante y grosero, sin que siquiera reconozcamos que estamos siendo asfixiados.
Hoy no nos controla el otrora amenazante "hermano grande", sino el alegre entretenimiento que nos ahoga. Hasta nuestra vida individual se ha convertido en espectáculo para los demás. Entre carcajadas, y no ya entre gritos de horror, hombres y mujeres sitiados somos sometidos al despojo despiadado de nuestro interior, privados de la posibilidad de hacernos personas. Perdemos la libertad en una prisión sin rejas, diferente de la que controla el "hermano grande" y revestida del prestigio de una tecnología que deslumbra a la modernidad. Para derribar los muros de esa prisión, que no siempre advertimos, tal vez debamos hacer un esfuerzo por enriquecernos, ahora por dentro, edificando un rico mundo interior en el que poder guarecernos.

Estas Navidades siniestras

GABRIEL GARCIA MARQUEZ

EL PAÍS - Opinión - 24-12-1980


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Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que Un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que había de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.

La mistificación empezó con la costumbre de que losjuguetes no los trajeran los Reyes Magos -como sucede en España con toda razón-, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria- perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noél de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad denieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen san Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, san Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germanicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de losjuguetes. y hace poco más de cien anos pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno, y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducídos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando dónde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y de amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, o para que nos regalen, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños -viendo tantas cosas atroces- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.

12 dic 2010

“cartas al padre”, Kafka



Hoy me tome mi tiempo para leer “cartas al padre”, en ella un Kafka lleno de culpa, dolor y amor de narra a un padre tirano y agresor emocional, todo esto marcara toda la obra literaria del mas grande escritor del siglo XX.
Lo que me interesa es hacer una reflexión de la influencia que posee la imagen paternal en los niños, aunque digan lo que digan, todo niño o niña ocupa la figura paternal para un buen desarrollo emocional, el pequeño Kafka experimentó el típico maltrato infantil, un destrozo de su autoconfianza, se desarrollo un marcado sentimiento de culpa lo cual convirtió un hombre inseguro y débil (mental y físicamente), así pues, el padre tenia un poder absoluto y tiránico el cual era basado en el terror y la fuerza, maltratos verbales pesan demasiado en los niños.
Mi reflexión es para los maestro, futuros padre o a los que lo son actualmente, todo incidente malo que le pasa a un niño son provenientes de un adulto, no le destruyamos su personalidad, seamos verdaderos pedagogos llenos de amor hacia criaturas que dependen de nosotros, tomemos conciencia de que nosotros somos los modelos de ellos...


“me resultaba incomprensible tu total insensibilidad con respecto al daño y a la vergüenza que podías causarme con tus palabras y juicios; era como si no tuvieras idea de tu poder…”
Franz Kafka

8 dic 2010

te esperare ..



La noche cae en una cuidad cansada y agitada, las mentes de los individuos navegan en mares turbulentos. Comienza a iluminarse las calles, tiendas y bares en la capital, Camino con la mirada perdida, mi cuerpo tiembla dijeramente por los fuertes vientos de un típico diciembre, corro, pero, ¿Por qué corro?, me detengo en una esquina con una excedente paronímica de la avenida central con la esperanza de verte… pero, ¿a quien espero?.... te espero a ti mujer.
Llegaste justo cuando menos te esperaba, no para mal, sino para bien, ahora tengo a alguien a quien esperar en esa esquina en este diciembre...


5 dic 2010

sólo un momento

Cuál es aquel camino que tengo que tomar?
Si sólo hay un destino al que puedo llegar
Si siempre viajé solo
Y siempre vos fuiste mi faro en la ciudad
En la ciudad.

Es sólo un momento
Es una mirada y saber
Cuál es el camino
Y así nada más.

Es sólo un momento
Es una mirada hacia atrás
Yo quiero saber, mi amor
Si al llegar, vas a estar, allí
Vas a estar allí.

Cuál es la hora exacta en que tengo que partir
Cuántas son las señales que tengo que seguir
Si siempre viajé solo
y siempre vos fuiste mi faro en la ciudad
En la ciudad.

Es sólo un momento
Es una mirada y saber
Cuál es el camino
Y así nada más.

Es sólo un momento
Es una mirada hacia atrás
Yo quiero saber mi amor
Si al llegar
Vas a estar allí.

Es todo silencio
La última mirada hacia atrás
Saber el camino
Y así nada más.

Sólo un momento
La última mirada hacia atrás
Yo quiero saber mi amor
Si al llegar, vas a estar, allí
Vas a estar allí.