En la gran bodega de documentos y archivos que hay abajo del asilo me encontre un articulo de Luis Diego Herrera Amighetti publicado en el periodico La Nacion hace ya algunos años, lo transcribo para compartirdos con los pacientes para completar la idea del mi ultima publicacion …
Estilos de crianza y gobierno
• Malos hábitos que, desde el hogar, facilitan la corrupción y la irresponsabilidadLuis Diego Herrera Amighetti
Las instituciones financieras internacionales han documentado que los buenos gobiernos son más probables en aquellos países en donde el respeto a las leyes, la integridad y la rendición de cuentas son prácticas reales. Estas normas de gobierno son, fundamentalmente, normas sociales, es decir, un conjunto de creencias, ancladas en los valores dominantes en la comunidad, que nos informan sobre cuáles conductas son deseables y legítimas y cuya violación produce, por lo menos, desaprobación informal.
Las prácticas de crianza y los estilos parentales son una manifestación privada, familiar, de esos valores y normas sociales. Es mi conjetura que probablemente en América Latina y específicamente en Costa Rica, ciertas prácticas de crianza facilitan la existencia de la corrupción, la falta de transparencia y la irresponsabilidad. ¿Cuáles son esos patrones de crianza? Como ejemplos de estos estilos encuentro los siguientes: el uso de la somatización (recurrir a quejas físicas) para evitar la rendición de cuentas; la sobreprotección como una forma de socavar la autonomía; un estilo de comunicación indirecto como una manifestación de un pensamiento asertivo deficiente; una dicotomía confusa entre ser honesto y ser listo; un estilo parental autoritario e incongruente que propicia razonamientos morales rudimentarios y, finalmente, una conciencia inmadura sobre el futuro, que se asocia a una baja capacidad para postergar las satisfacciones y a una urgencia para buscar la satisfacción inmediata.
El recurso de las quejas. Veamos algunos de estos ejemplos con más detalle. En Costa Rica, los padres, desde que los niños son muy pequeños, les prestan atención inmediata y extraordinaria si tienen una queja física, y casi cualquier dolor de estómago o cabeza es motivo suficiente para no ir a la escuela o no hacer las tareas escolares. Si los padres intentan evitar este patrón pueden ser percibidos, o sentirse ellos mismos, como insensibles ante sus hijos o, de alguna manera, negligentes. En nuestro país, en todos los sectores de la población, es sumamente común que las personas recurran a quejas de tipo físico, malestares vagamente definidos o enfermedades para explicar por qué no se sienten bien en el trabajo, la escuela o la casa. Es una cultura de la somatización que legitima no hacer las tareas, llegar tarde, postergar responsabilidades o no hacerlas del todo y obtener la atención de los demás que también dejan de trabajar para escuchar al quejumbroso.
Mi buen profesor de medicina interna, el Dr. Arguedas Chaverri, una vez me dijo que en Costa Rica la población se dividía en dos grupos: los que están cansados y los que tienen dolor de cabeza. Esto no estaría tan mal si fuera nada más una divertida idiosincrasia. El problema es muy serio si vemos los resultados de la encuesta de Latinobarómetro en que Costa Rica aparece como el país en donde los habitantes con más frecuencia aceptan simular o quejar una enfermedad para no ir a trabajar. En este periódico, el año pasado, se nos informó de que la sobrevivencia de nuestro sistema de seguridad social se ve amenazada por el abuso de incapacidades entre los empleados públicos que es cuatro veces mayor de lo que se estima razonable.
Estilo oblicuo e indirecto. Otro ejemplo es nuestro estilo de comunicación indirecto, oblicuo y perifrástico. La comunicación directa es evitada y se recurre a todo tipo de circunloquios para evitar el compromiso, respuestas definitivas, el malestar del interlocutor o confrontaciones potenciales. Tenemos incluso un repertorio de expresiones para referirnos a este estilo de comunicación: paños tibios, plato de babas, enaguas miadas. Este rasgo es más evidente cuando tratamos asuntos emotivos y conflictivos. A los niños les transmitimos desde muy temprano que hay algo malo en ir al grano, reclamar justicia, o demandar compensación por daños de cualquier tipo. Se nos educa, en forma sutil pero efectiva, en que ser asertivo es mala educación o grosería y que las otras personas se podrían enojar, resentir o responder de manera vengativa o incluso violenta.
Se favorece entonces el conformarse, la agresión por medio de la pasividad y, paradójicamente, las reacciones explosivas. Este patrón lingüístico transmite una ambivalencia o relatividad de las reglas y valores, lo cual lleva a una internalización superficial de las normas de conducta. El estilo de comunicación indirecto está íntimamente relacionado con el temor a ser asertivo. El significado de la palabra misma es poco conocido en nuestro medio: la capacidad para afirmarse a sí mismo de una manera positiva. Esto se relaciona con otra dimensión de nuestra idiosincrasia que es nuestra posición ante la rendición de cuentas. Es interesante observar que tuvimos que acuñar esta frase para lo que en otros idiomas es una sola palabra (accountability en inglés), la cual traducimos como responsabilidad pero, este término, cómodamente, deja fuera el elemento de verificación externa inherente a accountability.
Irrespeto a la ley. Para terminar, un ejemplo más. El apego de la ley es un bien escaso en nuestro medio. Esto también podría estar reforzado por ciertos estilos de crianza. Por ejemplo, a los niños les enseñamos estándares contradictorios de conducta: se supone que deben apegarse a las reglas y leyes, pero, si no lo hacen, los redime en cierta medida si logran burlar los controles y escapar de las consecuencias. Con frecuencia se les transmite la idea de que no ser atrapado es un signo de competencia que neutraliza la obligación moral de respetar las reglas.
No es infrecuente ver a padres comentar con orgullo cómo sus hijos pequeños fueron capaces de robarse una vuelta, mentir astutamente o engañar con éxito, transmitiendo así una confusión entre ser honesto y ser vivo; un mensaje que refuerza que ser astuto es más importante que ser honorable. Como una extensión de este estilo parental, observamos que cuando un adolescente comete un delito y su familia tiene influencia o poder, son casi siempre rescatados y el incidente es trivializado y se habla de este como un rito del desarrollo normal. Es la escuela moral de Tío Conejo en donde al final lo importante es salirse con sus deseos dejando a un lado la integridad personal.
Pienso que el sistema educativo podría integrar un currículo que fomente el desarrollo del carácter, pero esto no se hace con una materia o algunas horas dedicadas a este tema. Todos los temas deben ser abordados desde la perspectiva ética, desarrollando así el razonamiento y la inteligencia moral en las nuevas generaciones. La familia, por su parte, es el ambiente natural para que, por medio de la comunicación y la acción, se fomente el hecho de que los niños y adolescentes vivan de acuerdo con los principios y reglas en las que se creen. En última instancia, esta congruencia entre lo que se cree y lo que se hace es la mejor medida de una vida moral
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La Nacion (periodico) pag. 30 A, Segmento de opinion. Domingo 23 de mayo, 2004. San José, Costa Rica.
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