23 oct 2011

Greta tomado de "la sombra en el espejo" de Emilia Macaya

GRETA
de Emilia Macaya
(Costarricense, 1950)

Caminaba por la calle con paso largo y descuidado, sombrero de ala ancha, anteojos oscuros y un aire de desgano curvándole la espalda, como si soportara un peso que nadie había podido descifrar con exactitud.

Estaba convencida de ser la más reciente encarnación de Greta Garbo. Conforme se fortalecía en su mente tal idea, moldeaba con empeño las formas del cuerpo y las líneas del rostro, de manera que el parecido resultase indudable. Pasó verdaderas hambrunas hasta conseguir una silueta que, por etérea, parecía destinada a un perpetuo estado de levitación. Con lágrimas y estornudos sin cuento afinó el arco de las cejas. Luego, delineó artísticamente la boca, aplicando a los labios un crayón color rojo profundo. Finalmente, la labor decisiva: obtener el dejo enigmático de la más hermosa mirada hecha carne en este mundo. Para lograrlo, alargó con empeño las pestañas y maquilló los párpados con tal esplendidez, que el solo peso del cosmético languideció los ojos de manera casi perfecta ya no se sabía a ciencia cierta si había en ellos tristeza nostalgia, hambre o aburrimiento. La primera vez que encontró a Rodolfo, percibió en su expresión asombra da la evidencia de la revelación. Indudablemente, también él se había percatado de la semejanza. Y como deseaba enfatizar el hechizo, recurrió a la escena final de Reina Cristina: con dominio absoluto sobre las domas alzó la ceja izquierda, limpió aún más el azul de los ojos y dejó vagar la mirada por el horizonte encendido de la tarde. La persistente luz reflejada en la única mitad de la cara visible en ese momento, regalaba a su aspecto un brillo incomparable. Aferrándose al rubio rojizo del solitario mechón escapado a la cárcel de sombrero, un rayo agonizante se empeñaba en vencer la sombra de aquellos ojos inmortales.

Rodolfo tenía que sucumbir sin remedio a su encanto.

Aumentaron las visitas, se multiplicaron los paseo y a partir de ese momento, hasta las horas de estudio fueron compartidas. Con tanta actividad, ella quedó aún más delgada. El cansancio le afinó el óvalo perfecto de la cara y la presencia continua del John Gilbert de dieciocho años, terminó de enmarcar el ensueño.

Sin embargo, algunos detalles comenzaron a inquietarla. En una oportunidad fue la alabanza de una peca. Rodolfo, que miraba sus mejillas con gran detenimiento, alzó de pronto la mano y quitó un poco del maquillaje que las cubría.

-Tienes unas pecas encantadoras; no debías ocultarlas.

¡Pecas! Recordó la inmaculada piel de Greta y sus propios esfuerzos cada mañana frente al espejo, al tratar de eliminar esas odiosas manchitas que sus padres le habían dejado por herencia. Era preciso evitar cualquier descuido, por lo que redobló las atenciones a su aspecto: cortó los rizos Ana Karenina con el propósito
de adherirse al estilo Ninotchka y con polvos oscuros marcó una sombra en medio de ambos ojos, a fin de acentuar la curvatura en el puente de la nariz. Greta volvía a ser perfecta.

No pasó, sin embargo, mucho tiempo, antes de que Rodolfo introdujera una nueva distorsión en el cuadro aparentemente concluido. Deslizaba ella el cepillo por los cabellos que habían encontrado fin, el exacto tono rojizo, cuando el muchacho, con voz algo tímida y algo cohibida, pronunció las frases fatales.

-¿Por qué no te recoges el pelo? Así, como si te lo sujetaras con descuido...

¡Un verdadero disparate! Buscó todas las fotografías a su disposición y en cada una de ellas aparecían las sedosas hebras de reflejos indescriptibles, siempre en su justo lugar, como si el movimiento, las prisas y el aire jamás hubiesen existido. Creta despeinada. Resultaba más fácil imaginar morena a Jean Harlow.

En otra oportunidad, al contemplarla el muchacho con enamorados ojos que todo podían presagiar menos tormentas, repentinamente la llamó Catalina.

¡Catalina! La representación tan afanosamente construida, se venía de nuevo al suelo. Buscó en su propia memoria y no encontró vestigios de tal nombre. Nadie en la familia, nadie entre los amigos. Tal vez había surgido por alguna asociación con la Literatura. Sí, la fierecilla, Shakespeare... Pero nunca interpretó Creta ese papel. Además, muy poco en común podía tener con aquella otra mujer indómita y vulgar.
¿Y en la historia? Catalina de Aragón... Catalina de Médicis... Retratos junto a los nombres arrojaban rasgos extraños, algo rudos y muy desagradables. Rodolfo debía estar volviéndose loco.

Otro día habló de Cuba. Muy interesado en la pesca preguntó si le gustaría hacer con él un largo viaje por mar. El Caribe y los peces. Aquello no tenía sentido. Como para llevar a la culminación el desconcierto, una noche de especial calidez sobrevino la tragedia.

Rodolfo había estado inmejorable. Ella, reproduciendo f a escena de la muerte en [a Dama de las Camelias, se había desvanecido en sus brazos. La cabeza de diosa vencida, hacia atrás, dejaba al descubierto la curva admirable del cuello: en arqueada plenitud de armonías, era el cuerpo una imagen perfecta del cisne agonizante. Creía recuperar la fuerza que alguna vez le había infundido Stiller; en la respiración armada vibraban las sinfonías de Stokowsky y un susurro devolvíale la suave voz de Gilbert, al llamarla por el nombre secreto.

-Sueca, mi muchacha sueca.

Pero no. No era sueca lo que oía, sino Kate. Rodolfo la estaba llamando Kate. Al suelo cayeron, en pedazos, diccionarios y libros. Aquello no era literario, ni escandinavo, mucho menos cinematográfico. Parecía más bien el apelativo cariñoso de alguna costurerita modesta, en un insignificante guión jamás filmado.

A pesar de lo mucho que se esforzó por comprender y aunque multiplicó la espesura del maquillaje, la oscuridad de los anteojos y las dimensione del sombrero, el misterio no fue aclarado sino cuando, invitada por el mismo Rodolfo, conoció el santuario a Katharine Hepburn que él tenía por departamento.


el libro "la sombra en el espejo" de la escritora costarricense Emilia macaya recoge la imagen de la mujer en una sociedad en la cual el hombre las moldea con conceptos machistas y superficiales, claro ejemplo de esta tematica esta el cuento "Greta" en el cual una joven busca parecerse a Greta garbo por el simple hecho de que todos les gusta Greta garbo (perdida de la identidad en beneficio de la aceptacion masculina) ...
cuantas aun no sueñan ser lo que no son, modificar su cuerpo para "encajar" en una sociedad?

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